DESDE EL LIMEN DEL LIMBO. Soñe que estaba en un callejón oscuro.
Soñé que estaba en un callejón oscuro
Debían ser las cinco de la tarde cuando me quedé dormido. Mi sueño me llevó primero hacia paraísos perdidos, hacia acantilados llenos de magia y, por último, a un escenario repleto de caras, de sueños y de tensión contenida...
No me gustaban los callejones obscuros, y aquél lo era. Divisé, como divisan los pájaros los rayos de un sol que se cuelan a través de una nube densa, una vara que me agujereó la espalda marcándome con un dolor profundo... Me sentí enfurecido con el mundo, lleno de una rabia poderosa... Me dirigí hacia la luz, y a la vergüenza primera por sentirme observado por una multitud, le siguió de nuevo la ira y la venganza por mi dolor. La sensación de sentirme temido me embriagó...
Corrí y corrí como una fiera, mirándolo todo, lleno de fuerza... Alguien salió a mi paso, y sobre su figura entendí encontrar la razón de mi existencia. Arremetí contra él con todas mis fuerzas... Su imagen era borrosa y sólo quería sentir su sangre... Todo él era miedo y valor...
Estaba cansado y pese a poner todo mi ímpetu, ni siquiera le había rozado... La misma figura apareció a lo lejos... Me dirigí hacia ella. Esta vez fui más despacio, tanteando sus movimientos... De pronto un quiebro, luego otro, un salto, y el mismo dolor, esta vez más intenso, sobre mi espalda... ¿Pero qué he hecho yo? –alcancé a pensar, mientras de nuevo, aquella rabia desconocida en mí se convertía en furia... Los ojos se me salían de las órbitas, quería romper el mundo empujándolo hasta hacerlo caer... Todo mi cuerpo estaba en tensión... Grité y grité, por desesperación y orgullo... Mi bramido paralizó aquellas caras, y la figura titubeó un instante...
Sentía que la sangre resbalaba por mis brazos y a cada paso el dolor me paralizaba, primero, y me impulsaba después para acabar con aquel circo lleno de gritos... Todos estaban contra mí... ¿Pero qué había hecho yo? –me seguía preguntando...
Me acerqué, oliéndolo todo, hasta un rincón más tranquilo... La figura me seguía y algo dentro de mí me llevaba a desear su muerte... Quise huir, y en vez de eso arremetí de nuevo contra ella, y luego contra otra estampa grande que me atravesó el espinazo, apretando con saña desde la altura... Sólo podía empujar más para acabar con aquél sufrimiento...
Luego vi mi sombra sobre la figura y no me pude reconocer... A esas alturas el cansancio me podía, la curiosidad me había abandonado y a mi mente la había abducido aquella paranoia colectiva... Con cada una de mis carreras por alcanzar aquel emborronado personaje, impregnado de mi propia sangre, se hacía el silencio y luego una exclamación general de admiración hacia mi verdugo... “Olé”, decían...
Luego el mundo se paró, de súbito. Miré hacia arriba y me vi en los ojos de una niña. Su cara reflejaba miedo... ¿Por qué? –me pregunté justo cuando la figura caía sobre mí. Sentí un frío intenso... Ya nada me dolía... Mi garganta estaba llena de sangre y me costaba respirar... Varias imágenes más me rodeaban increpándome... No, no quería caerme, tenía que seguir en pie... Miré de nuevo a la niña sin entender nada, pero ella estaba comiéndose un bocadillo y ya no me prestaba atención...
De pronto desperté aliviado... Eran las cinco y quince minutos, y en la televisión se oía a Matías Prats, padre, contando como las mulillas arrastraban al primer toro de la tarde. Encendí un pitillo y seguí viendo la primera corrida de la feria de San Isidro.
Debían ser las cinco de la tarde cuando me quedé dormido. Mi sueño me llevó primero hacia paraísos perdidos, hacia acantilados llenos de magia y, por último, a un escenario repleto de caras, de sueños y de tensión contenida...
No me gustaban los callejones obscuros, y aquél lo era. Divisé, como divisan los pájaros los rayos de un sol que se cuelan a través de una nube densa, una vara que me agujereó la espalda marcándome con un dolor profundo... Me sentí enfurecido con el mundo, lleno de una rabia poderosa... Me dirigí hacia la luz, y a la vergüenza primera por sentirme observado por una multitud, le siguió de nuevo la ira y la venganza por mi dolor. La sensación de sentirme temido me embriagó...
Corrí y corrí como una fiera, mirándolo todo, lleno de fuerza... Alguien salió a mi paso, y sobre su figura entendí encontrar la razón de mi existencia. Arremetí contra él con todas mis fuerzas... Su imagen era borrosa y sólo quería sentir su sangre... Todo él era miedo y valor...
Estaba cansado y pese a poner todo mi ímpetu, ni siquiera le había rozado... La misma figura apareció a lo lejos... Me dirigí hacia ella. Esta vez fui más despacio, tanteando sus movimientos... De pronto un quiebro, luego otro, un salto, y el mismo dolor, esta vez más intenso, sobre mi espalda... ¿Pero qué he hecho yo? –alcancé a pensar, mientras de nuevo, aquella rabia desconocida en mí se convertía en furia... Los ojos se me salían de las órbitas, quería romper el mundo empujándolo hasta hacerlo caer... Todo mi cuerpo estaba en tensión... Grité y grité, por desesperación y orgullo... Mi bramido paralizó aquellas caras, y la figura titubeó un instante...
Sentía que la sangre resbalaba por mis brazos y a cada paso el dolor me paralizaba, primero, y me impulsaba después para acabar con aquel circo lleno de gritos... Todos estaban contra mí... ¿Pero qué había hecho yo? –me seguía preguntando...
Me acerqué, oliéndolo todo, hasta un rincón más tranquilo... La figura me seguía y algo dentro de mí me llevaba a desear su muerte... Quise huir, y en vez de eso arremetí de nuevo contra ella, y luego contra otra estampa grande que me atravesó el espinazo, apretando con saña desde la altura... Sólo podía empujar más para acabar con aquél sufrimiento...
Luego vi mi sombra sobre la figura y no me pude reconocer... A esas alturas el cansancio me podía, la curiosidad me había abandonado y a mi mente la había abducido aquella paranoia colectiva... Con cada una de mis carreras por alcanzar aquel emborronado personaje, impregnado de mi propia sangre, se hacía el silencio y luego una exclamación general de admiración hacia mi verdugo... “Olé”, decían...
Luego el mundo se paró, de súbito. Miré hacia arriba y me vi en los ojos de una niña. Su cara reflejaba miedo... ¿Por qué? –me pregunté justo cuando la figura caía sobre mí. Sentí un frío intenso... Ya nada me dolía... Mi garganta estaba llena de sangre y me costaba respirar... Varias imágenes más me rodeaban increpándome... No, no quería caerme, tenía que seguir en pie... Miré de nuevo a la niña sin entender nada, pero ella estaba comiéndose un bocadillo y ya no me prestaba atención...
De pronto desperté aliviado... Eran las cinco y quince minutos, y en la televisión se oía a Matías Prats, padre, contando como las mulillas arrastraban al primer toro de la tarde. Encendí un pitillo y seguí viendo la primera corrida de la feria de San Isidro.
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