DESGARROS. Lo irreal
En el fondo de la inmensidad, aterido por el frío de que todo lo irreal que a él se le había hecho necesario pudiera ser una farsa de su propia mente, de repente sonó la música que se cuela por los pliegues de un alma. “Mira pa’ dentro, pa’ sentirte contento”, decía la canción a la conciencia...
El día anterior se había visto viajando en el tiempo, ante la improbable sensación de que Dios no existe, con la sensación de que todo lo estable que rodea su vida no es más que una vaga ilusión de estabilidad, conectada por otras muchas vagas sensaciones de estabilidad derivadas de más mentes tan vagas como la suya. ¿Y si el Universo mayúsculo fuera a estallar? ¿Y si todo un huracán rompiese las cadenas de todo lo que uno cree poseer? A esas alturas ni siquiera se tenía a sí mismo, con lo que en su conciencia volvió a repiquetear aquel “mira pa’ dentro...”. Se hizo un silencio...
Ante todo aquella inexistencia de absolutos, ante la relatividad como regla, ante el caos como evolución de las especies, de las cosas, de la misma existencia, sólo le quedaba el sabor de haber experimentado que algo se movía en las esquinas cuando sus ojos no miraban directamente en la misma dirección, y esas experiencias realmente místicas ahora se le hacían irreales por el mero hecho de pensar que habían sido creadas por su propia mente. ¿Y si fuera cierto?
La respuesta, al fin y al cabo, no podía ser otra que la misma pregunta: ¿Dios existe? O mejor, quién creó a Dios; o mejor, creó el hombre a Dios, o fue a la inversa... Desde el punto de vista práctico que mas da, se dijo. La experiencia es real... ¿Qué más da si lo cree yo o si la experiencia surgió para una fuerza externa, creada por mí mismo?
Ante tanta laxitud de principios y de ideas, sólo le quedaba obrar de acuerdo con su programación; conforme a su conciencia, y decir como un día dijo Einstein, que se sentía bien cuando hacía el bien, o mal cuando lo que hacía era el mal... ¡Qué más da afinar ahora en saber qué es lo que está bien, y qué lo que está mal!
De repente descubría que el mundo era un aquí y ahora... Que todo podía estallar por los aires, por el terremoto aquel que hace que la vida, como un plato caliente y recién preparado, no admite demoras, ni prisas, ni sosiegos... El presente... Quería disfrutar del roce, de hablar, de charlar, de sentir, de amar... y el día anterior, había sentido tan claras estas sensaciones, que ahora no podía dejar de escribirlas. Le dejó de interesar aprender de lo que está más allá. Se dio cuenta de que la sonrisa de ella era un alimento mejor que todas las biblias...
El día anterior se había visto viajando en el tiempo, ante la improbable sensación de que Dios no existe, con la sensación de que todo lo estable que rodea su vida no es más que una vaga ilusión de estabilidad, conectada por otras muchas vagas sensaciones de estabilidad derivadas de más mentes tan vagas como la suya. ¿Y si el Universo mayúsculo fuera a estallar? ¿Y si todo un huracán rompiese las cadenas de todo lo que uno cree poseer? A esas alturas ni siquiera se tenía a sí mismo, con lo que en su conciencia volvió a repiquetear aquel “mira pa’ dentro...”. Se hizo un silencio...
Ante todo aquella inexistencia de absolutos, ante la relatividad como regla, ante el caos como evolución de las especies, de las cosas, de la misma existencia, sólo le quedaba el sabor de haber experimentado que algo se movía en las esquinas cuando sus ojos no miraban directamente en la misma dirección, y esas experiencias realmente místicas ahora se le hacían irreales por el mero hecho de pensar que habían sido creadas por su propia mente. ¿Y si fuera cierto?
La respuesta, al fin y al cabo, no podía ser otra que la misma pregunta: ¿Dios existe? O mejor, quién creó a Dios; o mejor, creó el hombre a Dios, o fue a la inversa... Desde el punto de vista práctico que mas da, se dijo. La experiencia es real... ¿Qué más da si lo cree yo o si la experiencia surgió para una fuerza externa, creada por mí mismo?
Ante tanta laxitud de principios y de ideas, sólo le quedaba obrar de acuerdo con su programación; conforme a su conciencia, y decir como un día dijo Einstein, que se sentía bien cuando hacía el bien, o mal cuando lo que hacía era el mal... ¡Qué más da afinar ahora en saber qué es lo que está bien, y qué lo que está mal!
De repente descubría que el mundo era un aquí y ahora... Que todo podía estallar por los aires, por el terremoto aquel que hace que la vida, como un plato caliente y recién preparado, no admite demoras, ni prisas, ni sosiegos... El presente... Quería disfrutar del roce, de hablar, de charlar, de sentir, de amar... y el día anterior, había sentido tan claras estas sensaciones, que ahora no podía dejar de escribirlas. Le dejó de interesar aprender de lo que está más allá. Se dio cuenta de que la sonrisa de ella era un alimento mejor que todas las biblias...
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