DESDE EL LIMEN DEL LIMBO. La vida esférica de una pelota
La vida esférica de una pelota
Yo por ser oronda, que no llana, vivo en la liberalidad de seguir la dirección de cada impulso, sin más arista ni ángulo que aquellos con los que tropiezo.
Mi sicoanalista, de tenerlo, me diría que tengo el ego “subido”, pero estar henchida, o hinchada, de aire es, al fin y al cabo, una ventaja frente a todos aquellos que lo están de otras hediondas sustancias, pues a mí, al fin y al cabo, me bastaría con expulsar, sin mayor perturbación, mis propios vientos y seguiría siendo, a diferencia de ellos, exactamente lo mismo aunque sin mi esférica forma. En suma, la desigualdad entre mi “tener o ser” es tan etérea que se resume, simplemente, en un soplo.
Trabajo, sí, como todos trabajan, y mi vida se mueve al impulso de las patadas de los otros: nada nuevo, por tanto. Podría haber optado, no sé, por resbalar en un jardín entre las infantiles piernas de unos candorosos cuerpos, movidos por unas impúberes mentes, pero en la decisión está el forjarse, como dijo el filósofo de Ventas, y por ello decidieron mis circunstancias convertirme en el esférico del partido España-Corea, o Corea-España, que para el caso fue lo mismo.
La verdad, yo fui ajena a lo que allí ocurrió y prometo que, a diferencia de otros factores distintos a los que la buena lid propone, nada tuve que ver en aquel espectáculo... Por otra parte, el que yo naciera en la India, en familia pobre, sí, pero honrada, me hace sentirme absolutamente imparcial, como el código deontológico de toda pelota de fútbol dictamina. Soy inocente, insisto, y desde aquí lo reivindico, porque el que moviera unos centímetros mi trayectoria para escapar de las manos de Casillas fue, honestamente, tan sin querer, como casual es ahora que repose plácidamente en una vitrina de la selección coreana.
Yo por ser oronda, que no llana, vivo en la liberalidad de seguir la dirección de cada impulso, sin más arista ni ángulo que aquellos con los que tropiezo.
Mi sicoanalista, de tenerlo, me diría que tengo el ego “subido”, pero estar henchida, o hinchada, de aire es, al fin y al cabo, una ventaja frente a todos aquellos que lo están de otras hediondas sustancias, pues a mí, al fin y al cabo, me bastaría con expulsar, sin mayor perturbación, mis propios vientos y seguiría siendo, a diferencia de ellos, exactamente lo mismo aunque sin mi esférica forma. En suma, la desigualdad entre mi “tener o ser” es tan etérea que se resume, simplemente, en un soplo.
Trabajo, sí, como todos trabajan, y mi vida se mueve al impulso de las patadas de los otros: nada nuevo, por tanto. Podría haber optado, no sé, por resbalar en un jardín entre las infantiles piernas de unos candorosos cuerpos, movidos por unas impúberes mentes, pero en la decisión está el forjarse, como dijo el filósofo de Ventas, y por ello decidieron mis circunstancias convertirme en el esférico del partido España-Corea, o Corea-España, que para el caso fue lo mismo.
La verdad, yo fui ajena a lo que allí ocurrió y prometo que, a diferencia de otros factores distintos a los que la buena lid propone, nada tuve que ver en aquel espectáculo... Por otra parte, el que yo naciera en la India, en familia pobre, sí, pero honrada, me hace sentirme absolutamente imparcial, como el código deontológico de toda pelota de fútbol dictamina. Soy inocente, insisto, y desde aquí lo reivindico, porque el que moviera unos centímetros mi trayectoria para escapar de las manos de Casillas fue, honestamente, tan sin querer, como casual es ahora que repose plácidamente en una vitrina de la selección coreana.
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